Llorad, Oh Vénuses y Cupidos,
y cuantos hombres amables hayan:
el gorrión de mi amada ha muerto.
El gorrión, el deleite de mi amada
a quien ella quería más que a sus propios ojos;
porque era dulce como la miel y conocía a su dueña
tan bien como una niña conoce a su madre.
No se movía de su regazo,
sino saltando a su alrededor, ahora aquí ahora allá,
sólo a su dueña constantemente cantaba.
Y ahora, va, en esa oscura travesia,
hacia donde dicen que nadie regresa.
¡Mal rayo los parta, funestas tinieblas del Orco,
que devoran todas las cosas bellas!
tan bello gorrioncillo me han quitado
¡Oh mala ventura! ¡Desdichado gorrioncillo!
ahora gracias a tu esfuerzo,
los ojos de mi amada enrojecen con su llanto.