Gorrión! Delicias de mi amada! Con quién ella acostumbra a jugar, a
resguardar en su pecho, a brindar su dedo a el que lo espera e incitar a agudos
picotazos. Cuando al resplandesciente objeto de mi deseo le gusta jugar a no sé qué
cosa querida, y el pequeño alivio de su dolor, creo, para entonces calmase su pesado
dolor. Si yo mismo pudiera jugar contigo tal cual lo hace ella y aliviar las
inquietudes de mi triste alma! Tan grato es para mí como fue a la ágil muchacha la
manzana de oro que la liberó de su ceñidor ligado durante mucho tiempo.